Carpe diem
Un particular profesor de literatura llega a una institución educativa que enseña bajo los principios conservadores del honor, la disciplina y la excelencia. Allí, empieza a enseñar con métodos bastante revolucionarios: enseña fuera del aula, lee poesía en voz alta y destruye, junto a sus estudiantes, los módulos que tratan de explicar la poesía como una estructura inamovible. Insiste en vivir el presente y disfrutar la vida, y aprender a ver el mundo. Un verdadero rebelde en medio de un sistema de enseñanza rígido, anacrónico y católico. Evidentemente, y como ocurre siempre, el profesor es visto con desdén, desconfianza y hasta desprecio por aquellos profesores que son incapaces de buscar formas más profundas de enseñar: el diálogo, la lectura, el silencio. Al final, como suele ocurrir siempre, y debido a una serie de sucesos que ocurren con algunos jóvenes que deciden romper los esquemas, el profesor es expulsado de la Institución, y todo siguió siendo igual. Había muerto Carpe diem.
Cuando vi esta película, yo tenía catorce años, y vivía una época muy compleja de mi existencia. Ese día, recuerdo bien, el profesor nos sacó del salón y nos llevó a la sala de proyección, donde había un televisor Panasonic viejo y un betamax. Antes de reproducir la película hizo una advertencia bastante paradójica: "El que moleste, lo saco". Así que todos estuvimos atentos a esa película protagonizada por el atormentado Robin Williams. Ese films fue mi entrada a la poesía, y, ahora que lo pienso bien, a la enseñanza, ya que cuando decidí ser maestro quise ser como el profesor Keating: crítico, reflexivo, humano y consecuente hasta el final.
Hoy, después de muchos años, volví a encontrarme con el profesor que puso aquella película. Le dije que gracias a él soy profesor, y gracias al profesor Keating soy el maestro que soy.
Gracias al profe Omar que rescató este día que prometía ser estéril.
Félix Molina-Flórez
Comentarios
Publicar un comentario