TRES SUSURROS SOBRE “KUERPO QUE KANTA” DE ADIEL ZAMBRANO.

 Esto no es una reseña

(Adiel Zambrano (2020). Kuerpo que kanta. Valledupar: Terrear Ediciones)

1.

Los poemas de Adiel Zambrano son piezas de arte, cuidadosamente talladas. Deslumbra su lucidez y esa forma de emplear la palabra limpia, cómo impone el silencio, cómo combina el espacio donde habita, físicamente, el poema. Impresiona la manera de dibujar una imagen exacta; seduce en su escritura esa experticia para hacer emerger el poema como totalidad (este poemario es un solo poema: una resistencia ante el tiempo y la vida misma, una apuesta por el hecho poético, un contemplar desde afuera nuestros propios adentros). Su poética se impone, sutilmente, con gran inteligencia; sus poemas, autónomos, no intentan sorprender con una retórica fugaz, sino que le apuestan a lo perenne, lo trascendental; al verso que parece un azote: el movimiento de la cuerda y el ardor sobre la piel, todo al instante. Su libro es un árbol por el que el poeta asciende al cielo.

Adiel es un buen poeta, y en este poemario lo ratifica. El buen poeta, o quien vaya camino a serlo, tiene una única virtud: conocer dónde ubicar el silencio en lugar de la palabra, y Adiel tiene la destreza de hacerlo: hay una consciencia plena al momento de escoger las imágenes que poblarán los versos. El poeta canta, y lo hace con cada partícula de su kuerpo, que es también su lugar de enunciación. Su canto exalta el discurrir del tiempo, la naturaleza y sus devaneos, la magia de la vida con sus sombras inalterables, la muerte ebria que se oculta detrás de un matorral.  Pero Adiel no le canta al kuerpo: el kuerpo lo celebra a él, con la distancia suficiente para no alterar el artificio y la hondura que esconde el poeta detrás de su pulso.

2.

Kuerpo que kanta está poblado de sensaciones que conmueven: la vejez cifrada, la movilidad imperfecta, la soledad como designio, la sombra que es una extensión, disyunta, del cuerpo. Sin embargo, el poeta no llora su pena, la vuelve una celebración; y esa capacidad de poetizarlas sin conmiserarse; penas que por lo demás nos hermanan. La fragilidad de estar vivos y conducirnos al silencio, que en el poema es la muerte, la pausa del ritmo, la espera antes de otro salto.

La idea del cuerpo como centro no es nueva. Por algo las mitologías prehispánicas registran sacrificios; por algo los griegos alababan el cuerpo y sus múltiples formas; por algo Cristo entregó su cuerpo desnudo para ser flagelado;  por alguna razón el Renacimiento centró su atención en lo corpóreo. A nuestro poeta, también, el reconocimiento del cuerpo y sus significaciones le ayudan a tener conciencia de cuál es su lugar en el mundo. La figura del cuerpo en Adiel reafirma el canto a uno mismo, como Whitman, pero también nos ayuda a entender que el cuerpo es decadente, y por su fragilidad, suele doler, como en el poema de Job. Y Adiel lo sabe, no solo porque lo dice sino porque lo vive. Sin embargo hay una celebración poética de ese cuerpo que, como el poema, a veces se tropieza. 

3.

Invito a conocer la poética de Adiel. Creo que es un trabajo en el que el poeta se instaura como una voz a la que hay que atender. Una voz de la que la crítica local no ha dicho casi nada. Este libro puede ser, además, una forma de atraer a los jóvenes a la contemplación poética, a la apertura de los sentidos, hacer del dolor un verso para que duela menos, para vivir una evasión consciente (que es lo que hacen los buenos poetas). Ese ejercicio ayudaría en medio de este automatismo actual. Al igual que la profesora Eliana Díaz –quien aporta un texto muy pertinente sobre el libro– creo que es hora de volcar nuestra mirada y rescatar las voces; decir algo sobre su obra. Empezar a saber qué es la literatura del Cesar. 


- - -

 Fragmentos

* * *
Pon tu vista aquí…
Detrás de la palabra
Una página en blanco
Tan blanca komo el alba.

                        Si pudiera en blanco,

No cifrar las palabras,

Sino, las impresiones

Que tiene el cuerpo.


                        Verás en esta página
                        La actitud del espíritu,
                        Pasiones konvergentes
Dispuestas a dispersarse.


Será otro poema en blanco
                        Karente de palabras,
                        Korazón palpitante
De emociones abiertas. 
(p. 41)


* * *
Ese andar a ras del suelo…
Jadeante y sudoroso
Hace ladrar los perros.
 
Mis muletas y yo…
Por kalles solitarias
Ahuyentando el silencio.
 
La sombra se desprende,
Es más larga que yo
Ella, siempre está allí.
 
Una parte en el piso,
 Otra parte en la pared,
Es más negra mi sombra.
 
 Mi sombra fantasmal
 Mi sombra que se alarga
  A la luz de la luna.
(p. 8)


* * *
Nuestra propia vida…
Poemas que surgen
Al trasegar del mundo.
 
Las mujeres,
Después de sus negocios
Se dirigen a sus kasas
Kon la tarde a la espalda.
 
Fuerzan una sonrisa
Ante el requiebro
De kualquier transeúnte.
 
  La tarde -komo un reptil-
 Se desliza sobre la hierba húmeda
Al ladrido de un perro solitario.
(p. 13) 

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Pd 1: No creo importante hablar mucho de la “K”. Importa su historia, su sonido; el poema que sobrevivió a esa explosión que la impuso.
Pd 2: Hermosa y cuidada edición la de Terrear, coordinada por el poeta William Jiménez. Si quiere obtener el libro puede comunicarse con él al 3007350959
 
Félix Molina-Flórez
Docente de lengua y literatura

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