“LEO ENTRE LAS RATAS”: UN DIÁLOGO CON CÉSAR GONZÁLEZ, A PROPÓSITO DE EUPARÍ-ROLL SU PRIMER POEMARIO PUBLICADO.
Esto no es una reseña
(César González (2020). Euparí-roll. Colombia: El Manjol Ediciones)
Me gusta fijarme en esos escritores que gritan desde el margen. Y digo gritan, porque contrario a lo que muchos piensan, el grito -artístico- es una melodía efectiva cuando se quiere despertar a alguien que, impasible, no es capaz de ver ni oír nada (piense en cualquiera de los artistas del manierismo, las vanguardias latinoamericanas o de aquellos que se oponen al arte puro). Y está más que justificado, pues no se puede susurrar al viento cuando todos habitamos un ruido caótico (sea estético o histórico). Un mundo que otros artistas y poetas a veces ven desde una nostalgia vacua, una retórica desgastada, unas formas que oscurecen la esencia, o un discurso panfletario. O en otra orilla, una vileza que empantana el poema. Creo que esos escritores que intentan cruzar las líneas —así caigan de bruces al enredarse con el alambre— invitan a repensar el arte, sugieren la acción como una forma de cercenar el statu quo; son esos los que sienten que no se puede escribir sobre lo ‘bello’ cuando es lo grotesco lo que se impone. Ahora bien, decir desde el margen implica reconocer que no se trata de una impostura sino de una visión de mundo (en la que se mira a la “ciudad letrada” y la cultura dominante con desconfianza). Hay una coherencia entre las palabras y los símbolos que el cuerpo y la lengua trazan cuando andan. El margen permite ver, desde una perspectiva más amplia, la podredumbre que desde el centro de la esfera es imposible captar en su plenitud.
Sostener
esa especie de quiebre con la solemnidad puede convertirse es una postura
poética muy sagaz; pero no por eso se aleja de aquello que piden algunos
lectores ‘acuciosos’: escribir bien, decir algo y conmover; de lo contrario, el
poeta en este caso, no será más que un hablante común que emplea unas imágenes
retóricas, que transita desligado de su realidad histórica. Es una especie de producto de
catálogo que usa la palabra “poética” desde el desconociendo simbólico y
semántico. En tiempos como estos, el
arte nos reclama alzar la voz (aunque el arte es, en sí mismo, una forma de
resistencia). Esa especie de rebeldía en un momento como este, es una proeza. A
mucha gente le gusta la banalidad, la pasividad de las cosas, el silencio
ideológico, lo efímero, lo intranscendente, la falta de criticidad y reflexión.
Quizá un pequeño grito nos ayude a salir del letargo.
El trabajo poético de César González (2020) se construye sobre una voz que, alerta, intenta poetizar la ciudad desde sus complejidades (no una ciudad, sino cualquier ciudad, y eso justamente lo hace universal). Una ciudad imperfecta, como todas —aunque insensata como pocas—, que impide la plenitud espiritual de los individuos que la habitan. Una voz que traza una línea desde donde discursa, no con la retórica clásica de los aprendices de poeta, sino desde un discurso –a veces apocado, o resaltado si se quiere, por procacidades que parecen atravesadas, innecesarias- que permite descubrir un ethos que no sucumbe ante la decadencia ni la alienación. El poemario de César es una permanente búsqueda por indagar las complejidades humanas regadas en la extensa cotidianidad. También intenta, a mi modo de ver, descifrar los misterios de las calles de una ciudad sitiada, una ciudad que incluso habita en nuestros cuerpos, y de la cual somos reflejos. O, también, se detiene a mostrar la fragilidad de quienes la habitan. Un espacio en el que los sujetos intentan rehuir de la realidad a través de estrategias múltiples: la muerte por ejemplo. “No te preocupes por los sesos/ y toda la sangre coagulada. La poesía se encargará de los pormenores”. Quizá lo explique el hecho de que el artista padece la ciudad de una forma más cruel, y escribe, casi que literalmente encima de ella; que trasciende el escritorio, —y en esto el escritor se parece a un buen reportero: sale a la calle a encontrarse con las historias, con el verso que terminará eternizando un instante— va dejando un testimonio de la ciudad en la que el amor y la penumbra convergen:
La 6B-22
A Andrea
Te recuerdo muy bien en la 6B-22
hablabas con tanto coraje
y dulzura
sobre tus grupos de antipsiquiatría
y de lo triste que es ver
a una madre
entregar, a un manicomio,
su hijo.
También bautizabas a los
gatos
con nombres de ángeles y
piedras preciosas,
y si me veías volando
bajo
me dabas una chupada de
rapidez
para que así pudiera
afrontar
mejor
el mundo cuando te
fueras.
Quiero
invitar a conocer a este joven poeta que ha publicado un poemario honesto. Las
imágenes no se las encontró en un diccionario: las padeció una a una, y el
lector puede experimentarlo. Pero además, leer este libro nos podría ayudar a
comprender cómo piensa un poeta que mira desde un margen (leer entre entre las ratas, dentro del Manjol, dice mucho) y qué arte
poética ha empezado a construir. Pero quizá lo más importante: leerlo para correr el
riesgo de entender sus repuestas; quizá nos ayuden a
apreciar de otro modo sus poemas.
* * *
Diálogo:
Hay quienes conciben la
poesía como un acto sublime, casi que sacro, que permite una construcción
simbólica, hermética, que debe ser descifrada (Se me ocurre Hölderlin). Y hay
quienes asumen la creación poética como una oportunidad para desmitificar la
idea esencialista de la poesía (pienso en Bukowski), para despojar al lenguaje
poético de esa especie de ‘anquilosamiento y ortodoxia’ que algunos defienden.
Leyendo tu libro me pareció notar que haces una apuesta por la segunda vía,
pues en tus poemas hay una ‘voz’ que transita por las calles de la urbe, con
los sentidos agudizados, y contempla las diferentes atmósferas que habitan la ciudad
-y que la hacen tan compleja-, para presentarla de una manera descarnada, a
veces incluso despojada de una falsa retórica y de excesivo lirismo. ¿Tienes
plena consciencia de esta postura? ¿Cómo lograste esa visión?
No. En lo absoluto. Desconozco el origen de la
trama estética que pueda llegarse a interpretar. Pero entiendo una
transtextualidad natural desde Hölderlin hasta llegar a Whitman y después de
una revolución y de otra guerra civil y otras guerras más a las manos de
Bukowski como una antorcha olímpica llevada de un atleta a otro hasta que
encuentre alguna otra mano o cabeza, en este caso, donde poder emerger.
Pienso que esa fuerza de la poesía a través de
los tiempos ha sido una sola.
Ya no se trabaja con oráculos y los ácidos no son
los mismos desde las experiencias setenteras, esperemos y las bibliotecas no
sean solo una ilusión.
Recientemente el escritor
Luis Mario Araújo hizo un breve balance de la literatura que se ha hecho y se
está haciendo en el Cesar; destaca a algunos escritores que, según él, han
heredado una especie de tradición literaria de la que se han alimentado, de
alguna forma, las voces emergentes —la tuya entre ellas—, que intentan
testimoniar nuestro tiempo. ¿Qué opinión te merece la literatura del Cesar y
qué autores de esta latitud han sido determinantes, por alguna razón, en tu
formación como poeta?
El artículo me recuerda a 60 minutos de novela
colombiana, pero con las reseñas de los autores simplemente.
Yo leo entre las ratas y ahí solo salen gatos. No
por eso sus libros dejan de correr por el manjol.
¿Qué sentido tiene para
ti escribir un poema, sobre todo en momentos como los que atravesamos?
No tiene un sentido, por lo menos no uno claro.
Siempre se ha escrito poesía, sin importar si son malos o buenos tiempos. Este
es el nuestro y parece el fin, pero no será así hasta que algo con mayor
publicidad suceda.
Octavio Paz dijo alguna vez que “La poesía es el punto de intersección entre el poder divino y la libertad humana”. Esa convergencia, por lo demás antitética, supone la idea de que el poeta es un ser iluminado por una fuerza sobrenatural; el elegido para decir algo. ¿Qué opinión te merece esa idea? ¿Cómo y de qué se nutre un poeta?
La poesía, como máxima expresión del arte, esa cosa bella, alada y sagrada, como la definiría Platón, roza con las contradicciones y sólo deja a su paso agujeros negros.
El poeta de hoy, más que nunca, tiene problemas
de nutrición e imaginería; creo que su patología proviene del exceso de nuevas
tecnologías y la falta de ascetismo.
En el caso en el que el
poeta tuviera que cumplir un papel, ¿cuál crees que sería?
Pensaría que el poeta colombiano, del Caribe ya
cumple un papel, si no son dos, es sepulturero y difunto en el mismo sepelio.
Si tú deseas ser un buen
acordeonero debes escuchar a Luis Enrique Martínez, Alejo Durán, Colacho
Mendoza, Pacho Rada, Emilianito Zuleta… ¿Qué poetas debe leer quien tenga la
aspiración de ser poeta? …Y por cierto, ¿cuál es tu relación con la música
vallenata?
La música vallenata fue lo primero que oí al
venir al mundo, lo sé porque mi madre me parió una noche de parranda, después
fue lo segundo que escuché, y seguramente sea lo último que suene antes de
morir.
Lo que Borges decía era genial, ante esta
pregunta. El encuentro, de la obra y el lector, donde sucede la cosa.
Pero yo diré que hay que leer de todo, no solo
leyendo, sino caminando por el mundo.
Finalmente, ¿cómo fue el
proceso de construcción del poemario?
Conté con el mejor equipo en Barranquilla: la
diseñadora gráfica y artista Lucy Shalom Brugues para diseño de portada y
contra portada. En Bogotá, el poeta y editor Michael Benítez, fue el
coordinador editorial. Finalmente logramos dar a luz el primer libro de poesía
Euparí-Roll, bajo el sello independiente, El
Manjol Ediciones.
Félix Molina-Flórez
Docente de literatura
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